Dios se sentó hoy a mi lado en la guagua. Lo reconocí por su aureola, redonda y brillante encima de su cabeza.
-Demasiado peso encima- pensé-, y él claro, al escuchar mis pensamientos, clavó sus ojos en mí. Con vergüenza, levanté mis hombros en un gesto que expresaba “siento haber sido tan sincero”.
No tuvo más remedio que bajar su mirada derrotada y asentir con la cabeza ante mi verdad. No era mi intención ser tan cruel, pero claro, ¡quién espera que Dios se siente a su lado y empiece a escuchar sus reflexiones!…
Mi cerebro echaba humo al bajar en mi parada, durante todo el camino intenté no tener pensamientos impuros. Y creo que el Diablo iba en el asiento trasero, porque no paró de reírse ante mis frustrados esfuerzos.
Si no tuvo usted infancia, oposite para registrador. Así rezaba el cartel, al estilo del tío Sam americano, que me atraía inexplicablemente. Las proporciones eran enormes, y habían acertado al colocar un modelo robótico biónico de última generación como reclamo.
La posibilidad de optar a puestos oficiales era ridícula para un humano, desde hacía años, estos escalafones estaban ocupados por entes de alta capacidad, reprogramables y actualizables, cuya función era estar al día del amplio marco legal.
Siempre pensé que la revolución robótica humanoide se nos había ido de las manos…y no me equivocaba. Hasta los robots tenían que trabajarse su lugar en este viejo mundo.
Lo que más le fastidiaba de las novelas que solía leer eran, invariablemente, sus finales. Como esos donde, desde la mitad, sabes que el mayordomo es el asesino. O esas películas, donde el cadáver siempre aparece flotando en la piscina de una mansión. Esas ideas obvias la frustraban. Parecía que el imaginario de muchos, no caminaba más allá de esos patrones tan utilizados.
Así que se propuso participar en aquel concurso literario, promovido por la biblioteca pública de la ciudad. Quería encontrar un final que la dejara totalmente satisfecha.
Era todo un reto, porque aunque devoraba todos los libros que caían en sus manos, nunca se había propuesto formar parte de ellos. No como creadora.
Así que salió aquella tarde en busca de la inspiración. De ese halo luminoso que marcara su imaginario.
No sabía exactamente dónde buscar…qué encontrar merecedor de ser retratado en el papel, pero no descansaría hasta localizarlo.
Comenzó examinando las heridas de los árboles del parque, tan marcados por el amor.
Buscó entre las tablillas de los bancos de madera, donde a veces, se encuentran vidas por revelar, como esos: “aquí estuvo…”
Abrió las puertas de miles de baños, donde todos hemos fijado algún mensaje que merece ser meditado.
Caminó entre las paredes de los edificios, apreciando cada detalle de los graffiti que los visten de color.
Se asomó a los diques de la costa para escuchar al mar romperse contra ellos…y la danza de las gaviotas que permiten al viento ulular entre sus alas.
En la puerta de un colegio reconoció la algarabía de la inocencia y encontró la ilusión del futuro que está por llegar.
En una de las plazas, saludó a las diferentes edades de la vida. Y descansando en la terraza de un bar, imaginó el país del café.
Mientras hablaba por teléfono descubrió el cielo que la miraba, no tan azul como esperaba, pero siempre hermoso. Y entre el mapa de sus pies, las baldosas y el asfalto que nos guían.
Por la avenida principal experimentó el teatro del artista: desde los mimos que crean el movimiento con la voluntad, a los músicos que encadenan notas por tu camino.
Junto a las campanadas de la iglesia, escuchó canciones de gargantas de carnaval. Y en su cara pudo dibujar la imagen de un antifaz.
Impregnada por todo aquello, se sintió satisfecha y emprendió la vuelta a casa. Allí le esperaba la tarea más ardua: crear.
Sentada frente a la pantalla, y con un sándwich en la mano para alimentar su imaginación, comenzó la lucha contra las letras del teclado. De ellas tenía que sacar la historia con aquel final excepcional.
Y aquí me encuentro ahora frente a ti. Con esta historia sin final inventado y un principio establecido. Con esa imagen de la chica flotante que nada tiene de expectante. Con rimas fáciles en mi historia para hacerla más irrisoria.
Mi final va más allá de este papel. Lo traspasa y llega hasta ti. No hay mejor final que aquel en el que tú, formas parte de la historia. Porque delante de mi pantalla sentada, luchando con mi teclado, te he encontrado después de mi larga búsqueda. Te he imaginado. Tú, eres mi FIN.
He vivido mil vidas. Situaciones incontables, por innumerables e inenarrables. De esas que se quedan entre mi interior y mis párpados. No salen más allá.
Sucede sin querer…carece de orden en sus acontecimientos.
Imaginación y Memoria se ayudan y complementan…y así crean la Ilusión, que llora desesperada por el trabajo que le dan.
Mis párpados abiertos, mis ojos cerrados.
Estas y no estas.
Eres tú y también otros. Y en todas mis vidas te amo, le amo…nos besamos. Cientos y miles de veces. Contigo, con cientos, y otros.
No consigo recordar qué es un hada. He ido a consultar con el espejo mágico, y ante la frase “espejito, espejito…”, en pocas palabras, me ha mandado a paseo. Ante mi frustración, decido visitar al mago de Oz, y tras un cansino viaje por la senda de baldosas amarillas, no consigo de él más que un par de viejos zapatos rojos que me han transportado hasta la casa de una tal Dorothy. Y aquí me encuentro ahora, perdido en una granja de Kansas, con un perro llamado Toto meándome los dichosos zapatos que, por mucho taconeo, no saben llevarme de vuelta al país de Nunca Jamás.
Sentada sobre la inopia del amor besó mis labios secos. Los hidrató con agua de un manantial mágico que pese a estar cerca, me costó encontrar toda una semana. Con deseo hizo ruborizar los capilares traidores de mis mejillas y quedé prendida a una foto robada, a unos labios ansiosos, al desconocido destino.
Y cuando de nuevo me encontré cerca de la zona prohibida, un satélite envidioso y desesperado me separó del calor de tus palabras, encerradas, ebrias e infantiles…así me quedé. Como la lluvia de Noviembre…fría. Y la sed no sacio.
Los niños jugaban a atrapar la luz. Las niñas la eterna juventud. Así, entre la magia y la irrealidad, soñábamos con ser cazadores valerosos y princesas inmortales.
Los enemigos intentaban que imperara el reino del mal y las arrugas de las brujas. La estrategia se concentraba en las espadas invencibles que almacenaban la luz del poder y el amor verdadero.
El patio se convertía en escenario de nuestra aventura interminable. La hora del timbre sólo la posponía para el día siguiente.
Nunca supe el final de la historia…supongo que, sin darnos cuenta, venció la madurez.
Y a través de mis ventanas entra el Sol, que calienta mis manos entumecidas pegadas al cristal de la estrecha estancia. Y mis ojos no paran de buscarte en mi jardín. Entre las flores, entre los árboles y más allá…entre los valles del fin del mundo. Las mariposas cargan mis deseos interminables, y en la noche, las luciérnagas me permiten mantener la vigilia, mientras la Luna me cuenta leyendas celestes.
Al amanecer, los pájaros despiertan y todo comienza de nuevo. El repiqueteo de sus picos contra el cristal deseando probar las migas que te traerán a mí. Intentan embelesar mi espera con sus trinos y distraer así mi atención del camino. Pobres, no conocen de mi constancia.