viernes, 14 de mayo de 2010

Mimargarimo.

Paseaba por el cebreado sus malabarismos y su cara de mimo de asfalto. Sacando sonrisas a cambio de la voluntad proveniente del otro lado de las lunas de los coches de la ciudad.
Cientos de rostros, tantos como neumáticos, en una caravana delante de un semáforo en rojo, y entre los que cada día se repetían…la descubrió a ella.
Su sonrisa brilló a través de una mañana gris humo de tubos de escape…y salió el Sol. Y la buscaba cada día, más cerca o más lejos, para agradecerse en su magia…como una terapia de reiki, en la que limpias el alma de energías negativas y te ensanchas.
Y un día tuvo el valor de tocar en su ventana y regalarle una preciosa margarita, en cuyos pétalos escondió lo que sentía…
Pero ella no supo deshojar con acierto el secreto de la flor…y al penúltimo “me quiere”, le ensombreció el “no me quiere” que acabó con la esperanza de las posibilidades anecdóticas.
Y un día la vio con otro, y ella lo vio a él. Y sus miradas se cruzaron cómplices, pero tristes de saber, que no fueron ellos los amos de su destino, sino una torpe margarita que no sabía leer.