La mano consciente, vívida y autónoma, se paseaba tal cual araña. Arrastraba sus delgadas falanges, sensibles al tacto rugoso de la pared que, para ella, a falta del sentido visual, carecía de color. Apreciaba, sin embargo, su dureza, su deformidad y su sed…
La árida capa de pintura iba deshidratando a marchas forzadas su delicada piel. La arrugaba, y en el arrastre, la arañaba y ajaba.
La agonía que invadió entonces a la mano animada, fue en aumento en la medida que se le escapaba su meta, que no era otra que hallar la luz…sus movimientos se tornaron más coléricos y acelerados...allí tenía que estar el interruptor que le diera muerte, que la convirtiera en una extremidad más de un cuerpo mutilado en la vigilia cerebral, en el sueño que no es sueño y que busca despertar.
La árida capa de pintura iba deshidratando a marchas forzadas su delicada piel. La arrugaba, y en el arrastre, la arañaba y ajaba.
La agonía que invadió entonces a la mano animada, fue en aumento en la medida que se le escapaba su meta, que no era otra que hallar la luz…sus movimientos se tornaron más coléricos y acelerados...allí tenía que estar el interruptor que le diera muerte, que la convirtiera en una extremidad más de un cuerpo mutilado en la vigilia cerebral, en el sueño que no es sueño y que busca despertar.