miércoles, 20 de julio de 2011

Secretos en las nubes.

Había perdido un secreto. No lo encontraba por ninguna parte y excavaba entre mis pensamientos para recordar donde podría haberlo dejado olvidado. Vacié mis bolsillos, miré en los armarios, entre la ropa sucia, debajo del sofá… ¿se lo habrá comido el perro?, no, era demasiado chismoso como para retenerlo.
Salí a la calle en su busca y cuando ya estaba cansada de mirar por todas partes, pude verlo colgado de una nube…lo así bien fuerte a mi muñeca con un lazo verde y volví a casa tranquila.
Se preguntarán, ¿cuál es el enigma?...pero lo siento, es un secreto.

martes, 12 de julio de 2011

La máquina del viento.

Quería atrapar el viento, y para ello había creado una máquina enorme repleta de engranajes, tornillos, válvulas y por supuesto lo que sobresalía, por encima de todo, un enorme aspirador-captor, o lo que aquel artilugio, en forma de embudo gigantesco, fuera.
Era un absurdo en todo su quehacer científico, pero él estaba convencido de poder atrapar al viento con aquella aberrante y enorme creación.
Y os preguntaréis: ¿para qué?, ¿qué clase de invento pseudo destructivo y antinatural había creado?...y si, tal era mi opinión, se había convertido en la perfecta figura del científico loco.
Aquella mañana me había llamado para comparecer a la puesta en marcha del artilugio, y como buen amigo, quería estar allí para apoyarlo en su locura, tanto si fracasaba (algo obvio) como si producía el milagro.
Y allí estábamos los dos. Yo, perdido ante todo lo que me explicaba con respecto al mecanismo y tesis científicas sobre el movimiento de las masas de aire en la atmósfera, o de su teoría absurda, en torno a la personificación del fenómeno, (basándose, fundamentalmente, en leyendas de corte greco-romano, asiáticas, indias, etc.) y mi amigo el Doctor Wells, que parecía levitar sobre una nube hecha de LSD.
Nos encontrábamos en un descampado a las afueras de la ciudad (no me pregunten cómo trasladó hasta allí el invento) porque según Wells, era una buena zona de divergencia de presiones, fricciones y relieves…y no sé qué más desvaríos…en resumen, un buen sitio.
Nos pusimos a cubierto, puesto que deprisa y corriendo, tras activar el aparato, comenzaron ráfagas cuasihuracanadas (que hay que decir me ensordecieron durante días). Wells gritaba poseído por la emoción, aunque no lo escuchaba, sólo le observaba gesticular bruscamente, mientras nos aferrábamos ambos a la tierra como raíces de un árbol centenario.
Parecía como si el mismísimo Dios Eolo luchara por huir de aquel paraje extrañamente solitario, y fuera absorbido descontroladamente y de forma asombrosa ¿por aquel trasto?... ¿podía ser posible?
De repente y como en un trueno que acaba de estallarte en el oído, todo cesó. Silencio y no más. Ni las ramas de los árboles se movían…parecía que hasta respirar levantara la calma de aquel momento…y la máquina, como en un suspiro, se apagó.
Wells salió corriendo…yo desde la seguridad de mi búnker psicológico, le observé abrir una escotilla y salir de la mano de una hermosísima y aturdida...¿mujer?