jueves, 30 de diciembre de 2010

Odio en las letras.

Odio la falta de originalidad…a los que celebran como méritos propios el trabajo de otros. Odio a los falsos…a los que son capaces de desdoblarse en una especie de automutación hermafrodita, como una lombriz, creando personajes ilusorios e hipócritas, de esos que se creen sus propias mentiras…los odio con toda el alma. Odio a los locos, pero no a los enfermos (¡no, por dios!) sino a los que no saben disfrutar de la vida, de esta única, y se la pasan penando por auténticas banalidades. Odio los días oscuros, de los que ensombrecen el ánimo, que no el cielo. Odio a los que no saben volar, sobretodo cuando después de lecciones magistrales, siguen adheridos al negro asfalto. Odio a los que no creen en la magia, los que no entienden el significado de la palabra abracadabra. Odio a los hombres grises ladrones de nuestro tiempo, corruptos convertidos en dirigentes que nos ciegan la mirada. Odio a los que odian maltratando, jamás tendrán el perdón. Odio la impaciencia y el capricho, porque son mis peores pecados. Odio sólo en las letras porque más allá representaría a alguien que no soy…y eso, es repetirme.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Un caramelo.

Me estaba taladrando el cerebro. Las mismas palabras después de quince minutos…sin pausa, sin sentido…
- ¡quiero un caramelo!, ¡quiero un caramelo!, ¡quiero un caramelo!...así hasta el infinito.
- ¡Irene, no tengo caramelos!, así que ¡por favor!, vuelve a tu habitación.
Trabajar como enfermero suplente en la unidad de psiquiatría tenía estas cosas…afrontar con estoicismo y educación el surrealismo indescifrable de las mentes de los pacientes que intentamos “sanar”.Y pongo la palabra entre comillas, porque hay enfermedades sin cura, y enfermos insanos.
-¡quiero un caramelo!, ¡quiero un caramelo!, ¡quiero un caramelo!...volvía con su salmodia…
Cansado y sin saber qué hacer para calmar su deseo, lo único que se me ocurrió fue meterme la mano en el bolsillo:
-¡Ay mira!, ¡que casualidad!, toma aquí tengo un caramelo…- coloqué mi mano cerrada sobre la suya que esperaba abierta el ansiado premio…puse un caramelo imaginario sobre ella…e Irene, satisfecha, cerró sus dedos sobre el vacío aire. Dio media vuelta y se fue feliz a su habitación.
A veces la mente juega así... -pensé.