lunes, 29 de junio de 2009

Beso en la frente.

- No me cojas así la mano mujer…- me pidió a modo de súplica.
- ¿Por qué?, ¿no te gusta?- y me sonrió.- ¿Dónde has estado que te he buscado y no te he encontrado?- pregunté mientras me miraba con esos ojos que me estremecen, que leen mi pensamiento.
Si, lo sabe. Sabe que mi corazón palpita más acelerado a su lado, que me muero por rozar sus labios, que no me importaría volver a
c
a
e
r…
pero espero, no actúo. No estamos solos.
Y me besa…acerca mi frente a sus labios tiernos, en ese gesto infantil que indica…lo se, lo sabemos…no es el momento…pero no te preocupes, yo también espero.

lunes, 22 de junio de 2009

Declaración infantil.

No sabía que aquel culo era un corazón dibujado en su honor. Ni que aquella marca era un beso pintado con rotulador rojo. No supo descifrar aquella infantil caligrafía y por supuesto, desconocía, de quien era aquella nota dejada en su taquilla. Pese a tantos interrogantes la conservó. De algún modo supuso que tenía importancia para alguien.
Y ahora, después de varios años, se enfrentaba a Virginia, la hermana de su amigo, que convertida en una preciosidad, reprochaba su desatención ante aquella declaración de AMOR.
Con una sonrisa en su cara, Augusto abrió su vieja carpeta forrada de fotos deportivas. La nota, estaba esperando a su dueña.

domingo, 14 de junio de 2009

Si no estás.

Cuando cerraste la puerta del coche aquella noche, escapando...quedó el dolor, nunca rencor. Quedó algo vago en el ambiente pequeño y asfixiante que sólo yo pude respirar. Y que aún hoy cuando conduzco, se siente.
Me quedé sin ti, sola...deseándote lo mejor en el camino y sobretodo...deseando que el destino te trajera de alguna forma... mis formas están llenas de esperanzas...de todas las posibles.
¿Por qué tirar la tuya fuera de mi coche?...tu silueta sigue ahí, la veo cuando miro a un lado buscando ese algo insustancial que me pellizca. Te veo durante el camino que me aleja y en el que está por hacer...y mientras no estás canto canciones de amor, gritando como una loca para que desde la distancia…te llegue mi estribillo, aunque sea muy bajito…

Ojala pudiese odiarte, ojala fuera más fácil olvidarte,
ojala que tengas suerte, ojala no duela tanto no verte
y los días me hagan mucho más fuerte.
Ojala que tengas suerte, ojala no duela tanto no verte
y los días pasan lentos.

martes, 9 de junio de 2009

Una sonrisa por favor.

Había conseguido un trabajo por unos días en un centro comercial como promotora de vinos y quesos isleños. Uno de esos puestos en los que se ofrece al cliente una pequeña cata del producto, y la gente pasa a tu lado como si fueras invisible, o se lo lleva todo sin ningún tipo de reparo…
Era un trabajo aburrido, cansino y monótono…el primer día, además, llegué a casa semilisiada, pues mi calzado no fue el apropiado y el dolor de pies quiso hacerse amigo mío…
- ¡Lo pagan bien!– pensaba en todo momento, y no era broma, pese a lo absurdo del puesto, no estaba mal remunerado.
Como cuento, allí me encontraba yo una de esas mañanas de entre semana, en las que el supermercado no estaba nada concurrido, cuando lo vi mirándome desde el puesto de frutos secos…era un hombre delgado, alto y desgarbado, con una mirada nerviosa y un algo incoherente que más tarde tendría su explicación.
Se presentó cogiendo mi mano, así, de buenas a primeras. Me saludó y me solicitó que sonriera. Yo ante la confusión hice lo propio y a continuación le pregunté si estaba interesado en alguno de los productos que estaba promocionando (sin soltarme la mano) y volví a sonreír esperando contestación (seguía sin soltarme la mano). No hubo contestación. Se limitaba a mirarme como perdido (sin soltar mi mano).
Se acercó justo una compañera que iba a cubrir mi descanso, y el individuo automáticamente, cogió también su mano (sin soltar la mía) y le pidió que sonriera…mi compañera se giró hacia mí confusa, pero sonriente.
La situación era algo ridícula, pues allí estábamos las dos cogidas de la mano de un extraño que nos sonreía y alababa nuestra disposición. Ya incómoda, le pedí que me soltara la mano y como si no hubiera abierto la boca, siguió colgado a ella. Dejé entonces de sonreír y me solté de una manera incómoda y brusca. Mi compañera hizo lo mismo.
Y allí estábamos las dos plantadas delante de aquel loco de las sonrisas que alababa nuestros dientes y nuestra piel suave. ¡Era surrealista!
Quiso la suerte que en aquel momento pasara por allí una de las supervisoras, que nada más vernos, me llamó aparte:
- Mira Virginia, es un cliente enfermo. Por lo que sabemos padece una esquizofrenia y viene por aquí de vez en cuando, pues…así como ves…pidiendo sonrisas. No hemos tenido ningún problema con él la verdad…y lo único incómodo pues es su forma de actuar.
Miré entonces hacia mi compañera, que ya estaba sola, pero que dirigía su mirada curiosa hacia la compañera de los frutos secos. El susodicho se encontraba ya agarrado a su mano.
- Sonríe por favor...- escuché como le pedía. Y ella sonrió.
Llegué a la conclusión de que cada uno viene a abastecerse a un supermercado de cualquier cosa. Lo que no tienen en casa para vivir… algunos lo encuentran en un centro comercial.

lunes, 1 de junio de 2009

Emma (y Roberto).

Comparte piso en la zona centro de la ciudad con una amiga desde hace años. Eligió el centro pese a lo costoso de los alquileres, pero compartiendo se hacía más llevadero el arrendamiento. Esto le permitía salir a dar largos paseos por las calles más concurridas…parques, zonas comerciales y edificaciones…
Le encantaba ir de compras, aunque solo fuera a por el periódico los domingos. Vivir y envolverse entre la gente que la rodeaba eran un pasatiempo al que no renunciaba. Vestirse, probarse y coquetear con la moda una ilusión diaria.
Trabajaba a la vez que se sacaba sus estudios de arquitectura, aunque realmente de lo que disfrutaba era del proceso creativo, por lo que se estaba planteando comenzar en la Facultad de Bellas Artes y abandonar la arquitectura…al menos sus estudios, que prácticamente no podía compatibilizar con su jornada laboral.
Era secretaria en un estudio de arquitectura. Fue un chollo conseguir aquel trabajo, gracias a un familiar, a un favor pendiente y a sus mínimos escarceos con la mecanografía.
Luján y Suárez eran los arquitectos “semioficiales” de la ciudad. Consiguieron su riqueza gracias a buenos proyectos y a muchos conocidos entre la concejalía de urbanismo. Contrataron a Emma casi desde el comienzo y se había ganado a pulso su puesto. En ocasiones, incluso, aportando innovadoras ideas. Tenía talento, de eso no cabía duda.
Conoció a Roberto cuando este comenzó a trabajar para su padre (Pedro Luján). La atracción que sintió por él desde el principio, tuvo que ser reprimida, ya que se trataba del hijo de su jefe…pero ante el interés de este, y su constancia e insistencia en ella, tuvo que dar rienda suelta a las emociones.
Mantuvieron una relación estable, como cualquier otra pareja con altibajos, pero nunca carente de cariño y emoción. Mientras que Emma era la parte vital y soñadora, Roberto era más centrado y pasivo…pero a ambos les encantaba dejarse llevar a la aventura.
Nunca decidieron dar el paso de la convivencia, creían en la individualidad de cada uno…si bien es cierto que podían pasar interminables noches y días juntos en cuatro paredes.
Trabajar juntos nunca supuso un problema para ninguno, pues cada cual supo mantenerse en su labor, para centrarse mejor en su vida conjunta. Se complementaban perfectamente.
La vida les iba bien, hasta que Emma empezó a fatigarse con asiduidad. Subir las escaleras del tercer piso, sin ascensor, de las oficinas, empezó a resultar poco menos que una maratón de 100m lisos.
La genética es lo que tiene…y al igual que su padre tenía un corazón débil. Tras varios estudios, pruebas y demás visitas hospitalarias, se llegó a la conclusión de que lo más efectivo era un transplante que nunca llegó.
La monotonía de la vida en un hospital y un donante que nunca apareció, apagaron el corazón de Emma. Tras varios días resistiendo lo inevitable se despidió del amor y la familia en una tarde de verano.