
Era un dragón enorme con sus alas desplegadas, su enorme cola de reptil saurio y esa mandíbula acolmillada…me iba a enfrentar al reto. Tardaría varios días en acabar con él, pero merecería la pena. Así que aquella misma tarde me dirigí al salón de tatuajes y señalé al dibujante mi elección. - ¿Y dónde quieres el animalito?- preguntó.
Mostré mi brazo enclenque y sin rayos uva. Él, su arsenal de agujas. Suficiente para pensar en mamá y abatir el mito…
Y es que su nombre ocupaba menos.
2 comentarios:
Jajajaja :))))
Ayy chica escritora... lo mismo evocas una nostálgica tristeza que retuerces una situación cotidiana hasta exprimir de ella una carcajada.
M alegra sacar tus carcajadas!!jejeje
Riamos pues...
Publicar un comentario